9 de octubre de 2024

Manos milagrosas que salvan vidas

Hernández, Toledo y Solís tienen muchas cosas en común. Los tres visten bata verde, tienen una amplia experiencia en el campo quirúrgico y sienten una profunda pasión por salvar vidas de pequeños pacientes, convirtiéndose así en los mentores de una nueva generación de médicos cirujanos del Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja.
Uno de los protagonistas de esta historia es el doctor Alfredo Hernández Grau (de 74 años), cirujano cardiovascular pediátrico con más de 40 años de labor ininterrumpida. A pesar de haber cumplido su tiempo de servicio ha decidido que aún no es momento de jubilarse, por lo que seguirá trabajando hasta que sienta que ya no es capaz de seguir ayudando.
“Un niño no es un adulto chiquito, es otro mundo que te permite afrontar retos quirúrgicos y riesgos por la patología misma y eso es lo que me incentiva a seguir”, comentó.
Pasión por salvar vidas
El veterano médico creció frente al mar chalaco, en el barrio de Chacaritas, en el seno de una familia modesta y trabajadora. Su padre era periodista y su madre realizaba confecciones navales, quien le heredó el apellido del héroe nacional Miguel Grau Seminario. Una relación familiar que, entre risas, acepta.
No existe un momento específico que lo haya motivado a dedicarse a curar y salvar niños. Cree que es más un sentimiento innato, una vocación pura y sincera que ejerció desde el momento en que se graduó de la Universidad Cayetano Heredia, en 1982; ha participado en cerca de 2,000 cirugías cardiovasculares pediátricas en las últimas cuatro décadas.
Hernández es consciente de que detrás de cada cirugía hay un padre o una madre que pone en sus manos la vida de su hijo o hija. Durante varias horas, junto con un equipo multidisciplinario, se enfrenta a operaciones de alto riesgo en el corazón y los vasos sanguíneos. A veces el resultado es incierto, ha ‘resucitado’ a muchos niños y ha visto morir a otros. En momentos como estos solo puede dejarlo a la voluntad de Dios.
“Lo único que sientes es impotencia de que no puedes hacer más, aunque sabes que ya hiciste todo lo que estaba en tu ciencia y en tu experiencia. Solo nos queda evitar que otro paciente llegue a ese estado”, agregó.
Debido a su experiencia y su agradable humor, Hernández es muy querido por sus colegas y los médicos más jóvenes de su equipo, quienes se han convertido en sus pupilos, como los cirujanos Martín Bedoya y Hugo Reyes, quienes también ven en él a un maestro.
“El cirujano tiene que hacer lo que debe, no lo que puede. Eso hay que tener en claro. Lo otro es mantenerte siempre hambriento de conocimiento; si no estás actualizado, lo paga el paciente y eso no puede ocurrir”.
Padre e hijo
El doctor Mauro Toledo Aguirre (de 62 años) es un neurocirujano especializado en microcirugía, con más de 35 años de trayectoria. En el 2016 llegó al INSN San Borja por recomendación del doctor Ricardo Zopfi Rubio, a quien considera su mentor y padre adoptivo.
Su infancia estuvo marcada de infortunios y obstáculos, quedó huérfano de ambos padres a los 11 años, por lo que tuvo que trabajar y estudiar desde muy corta edad. En uno de sus tantos empleos, por cosas del destino, conoció al doctor Zopfi, quien había visitado la ciudad de Huaraz para participar en campañas médicas.
Después de conocer su historia, el neurocirujano no solo le brindó educación y hogar, sino también amor y consuelo. “Él, prácticamente, es como mi padre, me trajo a Lima para hacer mis estudios. Sé que desde el cielo, donde está viéndonos, se siente muy feliz de vernos a mí y a los doctores salvando vidas”, comentó con los ojos brillosos y los sentimientos a punto de desbordarse.
Inspirado en el trabajo de su padre, Mauro cursó sus estudios de Medicina en la Universidad de San Martín de Porres y durante varios años trabajó para el Ejército, en la frontera del Perú con Brasil y en el Hospital Militar de Lima. Sin embargo, su sueño siempre fue trabajar en el Hospital del Niño.
Gracias a las enseñanzas de su mentor pudo llevar adelante importantes retos en la institución, como la implementación de procedimientos endovasculares que ayudan al tratamiento de aneurismas, malformaciones endovenosas y otros problemas neurológicos complejos, lo cual le ha permitido salvar la vida de muchos niños.
Hoy trabaja al lado de su mejor discípulo, el doctor Frank Solís Chucos (de 41 años), neurocirujano huancaíno, de quien destaca su talento y profesionalismo. “Ha superado al maestro”, dijo orgulloso.

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